Alfonso D. Martínez

Al mirar atrás desde estos, mis setenta años largos, tengo la impresión de que, en mi vida, todas las cartas se me han repartido de forma que no he tenido más remedio que jugarlas tal como venían.

Cuando empecé a escribir, estaba jubilado y recién viudo. Era para mí un momento vital en el que todo iba mal.  Me aburría, me sentía inútil, pero tenía tiempo para analizar mi derredor. Eso me sirvió para comprender que las mentiras del entorno, que casi siempre descubrí, eran, supongo, el origen de mi propensión por la ficción. En general, la vida me ha tratado más bien que mal, aunque recibí un par de dardos envenenados.

Y a veces pensaba que mi drama, creo que, por un punto ególatra, era insuperable. Poco a poco, fui asimilando que mi historia era bastante normal y comprendí lo que significa vivir, sin tener que ir lamentándome por las esquinas.

Escribí poemas, ripios más bien, relatos y hasta alguna novelita. Todos acabaron en la papelera.

Mi primera novela publicada se llama Clarooscuros. Se ha difundido dentro de un círculo cuyo diámetro no supera más allá de amigos y conocidos. Tampoco era mayor mi expectativa.

Ahora, en esta segunda, Los Triunviratos, he contado con asesoramiento que ha servido de lima para pulir asperezas, producto de mi bisoñez como escritor. Aunque he de reconocer que mis esperanzas no van mucho más lejos. Pero soy de natural optimista y, como soñar es gratis, con que algunos, pocos o muchos, pasen un buen rato leyéndola, me conformo.

compártelo